El nombre de nuestra melosa forma de vida permanece intacto según avanzan los siglos, pero ¿de dónde venimos? Todo depende del punto de corte. No hace falta retroceder demasiado para recordar que la diabetes era una enfermedad mortal, sin tratamiento, cuyo diagnóstico suponía un golpe directo en nuestra esperanza de vida, casi tanto como la palabra cáncer. Incluso hoy, esta última palabra ya no es tan horrible. Necesita un apellido y un grado de extensión de la enfermedad para poder determinar el pronóstico.
Pero volviendo a la diabetes, hace menos de cien años era así. Sin embargo, hoy es una enfermedad crónica, que con un control adecuado nos permitirá desarrollar una vida completamente normal. Claro, habrá quien se queje. No es una compañera de viaje cómoda, de eso no hay duda. Pero que se lo pregunten a nuestros no tan lejanos antepasados. Tenemos motivos de sobra para sonreír. Ahora podemos sobrevivir, que se dice pronto. Además, cada año que pasa, la calidad de vida de la persona con diabetes aumenta de forma notable.
Por ejemplo, en la década de los ochenta y noventa no había bombas, o muy pocas, y los primeros medidores de glucemia podían tardar hasta dos minutos en mostrar un resultado. ¡Dos minutos! Hoy, en ese tiempo, se han visto más de nueve millones de vídeos en YouTube en todo el mundo. La vida cambia con la tecnología y, gracias a estos avances, el día a día de la diabetes también mejora.
Es dónde estamos ahora. Pues estamos en un mundo en el que una aplicación instalada en nuestro móvil nos puede chivar “en cuánto estamos de azúcar” de forma continua gracias a los sensores de glucemia, e incluso sugerirnos las correcciones que debemos introducir en nuestra bomba para explotar de felicidad hacia el universo de la normoglucemia. Esto ya es real. Ojo, y hay quien sigue con los “bolis” de insulina tan feliz, y no hay ninguna obligación de cambiar. Tenemos una enorme y variada tecnología a nuestra disposición, que cada uno deberá poder usar y necesitar según su situación personal. En general, en diabetes, “si las cosas te van bien, no cambies”.
Pero la gran pregunta es: ¿hacia dónde vamos? Ahora es cuando me disfrazo de Rappel y me equivoco en todas las predicciones. Suele pasar. Soñábamos con coches voladores en 2020. Sin embargo, la realidad es bien distinta. No peor, pero sí diferente. Nadie pudo predecir que nuestra vida estaría gobernada por un pequeño artilugio que, si lo pierdes u olvidas en casa, te recorre un sudor frío por el cuerpo, digno de la hipoglucemia más terrible. El móvil. El dichoso móvil. Ese que tanto tiempo nos roba, pero sin el que ya no podemos vivir.
Vamos siempre hacia la curación. Ya sé que lo digo siempre y parece que no llegamos. Este no es mundo para impacientes, eso es evidente. Pero el páncreas artificial ya está ahí, llamando a la puerta. Un aparato del que solo tendremos que preocuparnos para cambiar el material fungible, porque todo lo demás lo hará él solito. Habrá que estar “al loro”, porque podrá tener sus fallos, pero poco más. Seguro que me equivoco, pero me apuesto tres raciones de hidratos de carbono en forma de tarta de queso con arándanos a que en 2030 todos llevaremos uno de estos.
Podríamos decir que es el futuro más cercano y prometedor. Pero hay muchas otras investigaciones que siguen en marcha: las famosas “células madre” y su capacidad para diferenciarse en células de Langerhans y volver a producir insulina, terapias génicas para prevenir la diabetes en individuos susceptibles, vacunas que mediante la moderación del sistema inmunológico harán que nuestras defensas no se muestren tan ariscas contra nuestro propio organismo, la esperada pastilla de insulina que podamos tomar por la boca y olvidarnos de los términos “inyección subcutánea”… Y aquí va la segunda predicción, más arriesgada todavía, pero yo creo que en 2050 ya no habrá personas con diabetes como tal, sino pacientes que fueron diagnosticados de diabetes y a las pocas semanas se curaron. Si sigo vivo, para entonces yo tendré ya 72 años. Os ruego moderación en vuestro malestar si me equivoco.
Mientras esperamos, mi recomendación es que sigamos disfrutando de la vida, un regalo que la ciencia nos ha entregado para disfrutarlo. Porque da igual de dónde vengamos y hacia dónde vayamos si nuestra meta final no es la felicidad, y la diabetes no va a frenar nuestra carrera. Ya lo sabes, ¡que la diabetes no te pare!
Dr. Roi Piñeiro
Jefe del Servicio de Pediatría del Hospital General de Villalba
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